[2020-2] [Ensayo] Tres gavilanes se posaron en un televisor a reflexionar sobre la existencia
Por Nathalia Zuluaga*
Ocho de la noche. En la ciudad de Cali, en una casa del barrio Departamental, el día que ya termina está a punto de cambiar…
“Mírame yo soy la otra, la que tiene el fuego la que sabe bien qué hacer…Quién es ese hombre, que me mira y me desnuda…”. Es la señal que, como por arte de magia, arrastra a mi tía y a mi mamá a plantarse delante del televisor. El silencio intermitente que minutos antes reinaba en la sala desaparece. Comienza Pasión de Gavilanes, una telenovela colombiana emitida por primera vez en el año 2003, y retransmitida varias veces desde entonces.
Los gavilanes cabalgan con glamur por una estepa inmaculada. Luego, un beso intenso, y a continuación, varias tomas que resaltan el perfecto torso de los tres galanes de novela. Es el inicio; el anzuelo que a través de provocadoras imágenes y de una seductora voz de fondo, atrapa a cualquiera. Los ojos de mi tía y mi mamá siguen cada movimiento que revela aquel portal misterioso llamado televisor.
Observo con curiosidad las caras emocionadas de las televidentes, reconociéndome en ellas. Alguna vez también estuve allí, sentada frente al mismo televisor y con la misma expresión de fascinación. Desde el comedor, que me permite una excelente visión de toda la sala; el lugar de encuentro nocturno en el que se lleva a cabo el ritual televisivo, sigo todos los detalles que alcanzan a captar mis sentidos.
Como observadora que intenta ser objetiva, aunque la objetividad no exista, empiezo a cuestionarme por los matices de un acto en apariencia nimio -pienso; encender un televisor y pasar horas delante de él, requiere de poco esfuerzo- Pero a través de una observación más detallada voy entendiendo que detrás de algo que parece tan sencillo hay mucho más, hay todo un tejido de significaciones y sentidos. Siguiendo a la investigadora mexicana Rosana Reguillo (2000, pág. 98), esta red en la que se encuentran las prácticas y las estructuras de reproducción y de innovación social, es la cotidianidad. Es desde aquí, desde el lugar cotidiano, que resulta mejor pasar fijándose para hacer una crítica de la realidad. Y en este caso, una crítica de la realidad atravesada por la mediación de los procesos de comunicación.
Continúo escudriñando en el rostro de mi mamá y mi tía, intercalando con la visión que me presenta el televisor; señales que me ayuden a entender qué significa quedarse algo más de una hora viendo una telenovela y qué circunstancias permiten que así sea. A lo largo del ejercicio reflexivo que hice para llegar a este texto, no sólo pasé por la observación, también, por la escucha. En medio de una jocosa conversación que mantuve con las fieles seguidoras de la telenovela, surgieron varias revelaciones que me parecieron importantes. La primera, tiene que ver con el tiempo y el espacio entendidos como delimitadores de la televidencia.
Las preguntas vienen, las respuestas van. Y en un punto llegamos al porqué: ¿Por qué están viendo la novela? A lo que ambas coincidieron, en el mismo espacio, pero en diferentes tiempos -con un día de diferencia- que era por falta de ocupación, por el ocio que podían permitirse en la nocturnidad.
-Veo la novela por ocupar el tiempo, por salir de la monotonía-Dice mi tía- Y mi mamá agrega: Antes no veía novelas, la veo ahora porque tengo tiempo. Recuerda Nata, estoy sin trabajo-
La respuesta me llevó a fijarme en la existencia de un orden establecido para hacer y clasificar cada cosa; en las rutinas. En lo que Reguillo (2000) llamaría tiempos objetivos y subjetivos que marcan diferentes ciclos y lugares para el desarrollo de las prácticas que garantizan la solidez de lo cotidiano.
Asistir a ver Pasión de Gavilanes en mi casa supone habitar un espacio y un tiempo determinados. El espacio, la sala; lugar de confluencia para el encuentro y la conversación. El tiempo, la noche; cuando se terminan los quehaceres y las obligaciones dan una tregua. De este modo, el sentarse a ver la telenovela se convierte en continuidad y a la vez en ruptura de la rutina, en resquebrajamiento de ese orden que determina todo sin que siquiera nos demos por enterados.
- A veces una está pasando los canales y si de “chiripazo” ve algo que le gusta, ahí se queda enganchada. Eso me ha pasado con varias novelas-
Este comentario de mi tía acerca del modo- más bien cómico- en el que termina “perdiendo” como ella misma dice, una o más horas de su tiempo me invita a reflexionar sobre el contenido de las telenovelas. ¿Qué las hace tan atractivas? ¿Por qué pueden darse el lujo, o más bien, el descaro, de volver una y mil veces a la televisión? En este punto, creo que es necesario traer a discusión dos conceptos. El primero, es acuñado por el aclamado teórico Jesús Martín Barbero. Se trata de lo popular en tanto categoría de análisis que revela las formas de actuar y las expresiones de los grupos subalternos. El segundo, es abordado por el investigador y crítico de medios, Omar Rincón, y alude a la forma en la que narra la televisión.
En su libro, De los medios a las mediaciones, Barbero afirma que “hay un popular contemporáneo que se casa con lo masivo y lo masivo se casa con todas las formas de lo popular” (1997). A partir de esta brillante premisa, se puede rastrear el estrecho vínculo que existe entre las formas de vida de las mayorías; las del ciudadano de a pie, y las argucias que utiliza la televisión para enganchar a las inmensas masas. ¿Cómo es eso de que lo masivo se casa con lo popular y viceversa? Las narrativas de los medios de comunicación, y en especial, las de la televisión, que goza del privilegio de ser el medio popular por excelencia- aunque esto es cada vez menos cierto- funcionan como espejos en los que nos vemos reflejados y que, a la vez, nos reflejan. Esto explica en parte, la acogida que formatos como Pasión de Gavilanes, sigue teniendo a más de diez años de su lanzamiento. No olvidemos que “el placer está en lo conocido” Rincón, 2006).
Pero ¿Cómo es ese espejo? ¿Cómo nos vemos?
Para saber cómo lucimos es bueno preguntarnos por cómo nos ven; cómo nos ve la televisión. Omar Rincón nos sugiere algo al respecto. Él propone cuatro ejes para analizar la televisión “desde dentro”: El entretenimiento, la forma de contar historias, la industria cultural y los contenidos.
¿Por qué ver telenovelas, por qué Pasión de Gavilanes? - pregunto-
-Pasión de Gavilanes me gusta mucho. Siento que los diálogos son muy reales; la música también ayuda, me conecta más con lo que estoy viendo-
Este fragmento de la entrevista a mi mamá se conecta muy bien con la primera propuesta de Rincón para pensar en la televisión: El entretenimiento. Aquel que provee a las audiencias de momentos placenteros a cambio de nada, más que la disposición ociosa del tiempo y los afectos.
-Me gusta ver novelas porque siempre hay un final feliz. Los problemas siempre se solucionan. No tendría lógica ver algo que no fuera así-
Para Rincón, acudimos a la televisión en busca de historias que vuelvan a viejas tradiciones, que retomen viejos heroísmos y nos ayuden a soportar el tedio cotidiano. En fin, a narraciones que mediante la diversión, la acción o el melodrama, nos muestren una mejor, pero inexistente cara de nosotros mismos. Al hablar de las narrativas televisivas, aparece la pregunta por el sentido de las narraciones. Los modos de contar de la televisión no son ajenos a las lógicas mercantiles de la industria cultural; al contrario, están teñidos de sus intereses, de la visión de espectacularidad que exalta ante todo el contenido liviano y muy pocas veces, el crítico.
Lo anterior, pareciera sugerir casi sin equívocos que la televisión es ese- en palabras de Sanín- ojo de la casa que todo lo atrapa y del que pareciera no haber escapatoria. Sin embargo, esto no es tan cierto. Y con este asunto quisiera cerrar.
-Juan sólo se ve bien cuando sale con toalla en la cintura- Comenta mi mamá sobre uno de los galanes de la telenovela-
-Las viejas chismosas sobran en la novela- Dice mi tía, mientras señala con malestar la pantalla-
La televisión y sus formatos no sólo sirven a la dominación y al capital; también, dan a una ventana de conversación, a lo que Reguillo llamaría (2000, pág. 99) una franja de indeterminación en la que los actores subvierten lo programado y afirman su existencia como autores de la cotidianidad. Así es, el ritual televisivo es en ocasiones ruptura; medio de contestación y cuestionamiento. Es, pidiendo prestadas las palabras de Barbero, toda una mediación en la que las personas dialogan activamente con los contenidos.
Son casi las diez. Los tres gavilanes ya alzaron vuelo y el silencio reina de nuevo. Las tres nos miramos. Ellas a mí desde las sillas que dan de frente al televisor, y yo a ellas, desde el comedor. En sus rostros todavía veo el rastro de lo que fue una sonrisa, pero no aparece ni la sombra de la emoción que hasta hace algunos minutos había. Se levantan con los ojos cansados y me comienzan a hablar del capítulo.
*Estudiante del Programa de Comunicación de la Universidad Icesi. Ensayo presentado en el curso Teoría de la Comunicación II en septiembre de 2020. El año de la pandemia.